viernes, 13 de junio de 2008 | |

Rómulo y Remo (por Marcelo Dance)

La leyenda que cuenta los orígenes de Roma es, a grandes rasgos, la siguiente: al caer en manos de los aqueos (o sea los griegos) la poderosa ciudad de Troya, sólo un príncipe troyano, Eneas, consiguió escapar del apocalipsis. Recuerden que Troya era aquella ciudad en la que la gente viajaba en un incómodo vehículo llamado precisamente el Caballo de Troya (precursor de los actuales colectivos) (con lo que queda demostrado que el colectivo tampoco es invento argentino, y mucho menos porteño) y donde cada dos por tres se armaba alguna podrida por lo que siglos después se familiarizó la frase “Arde Troya”.
Llevando a su padre en los hombros y a su pequeño hijo Ascanio de la mano, Eneas pudo embarcarse mientras las llamas devoraban la ciudad. Después de un largo viaje, que incluyo una escala en Cartago (donde compró Keef a unos marroquíes narcotizados) junto a la reina Dido, la que muchos siglos más tarde se haría famosa grabando con Eminem, tocó tierra en la península itálica. Tras muchas peripecias, se estableció allí; su nieto fundó la ciudad de Alba, donde sus descendientes reinaron y donde se inventó la pintura sintética.
La leyenda se acelera y descarta nombres hasta llegar a Numitor. Éste, rey de Alba, fue destronado por su hermano Amulio. Temeroso de que algún día amenazaran su trono, el primer acto de gobierno de Amulio fue ordenar que los dos gemelos que había dado a luz su sobrina, Rea Silvia (hija de Numitor), fueran ahogados en el Tíber. Por supuesto, la orden fue desobedecida (al grito de Amulio compadre!!! La c… de tu madre), y los hermanos fueron colocados en una cesta que flotó a la deriva hasta que el manso río la depositó suavemente en su orilla, donde los crió un pastor y los amamantó una loba. Los dos jovenzuelos se llamaban Pedro y Pablo? Nó Rómulo y Remo, obviamente, y cuando crecieron fundaron, cerca del lugar donde habían sido salvados, una ciudad a la que llamaron, también obviamente, Roma en homenaje al equipo del mismo nombre que juega en el estadio olímpico de la mencionada ciudad y cuya escuadra enemiga es la Lazio. Rómulo eligió una de las siete colinas que dominaban el sitio y con un arado trazó un surco circular (sagrado según los ritos), el pomerium, a cuya vera, más tarde, se construiría la primera muralla.
Esto contrasta con otra versión que indicaría que la fecundación de Roma estaría remitida a un pene incorpóreo. Según Plutarco, el falo apareció un día en la chimenea del rey de Alba, quien ordenó a su hija que copulara con él. En su lugar, la princesa mandó a una criada que, una vez fecundada abandonó a sus hijos en el bosque de Peralta Ramos en La Plata para que lo alimentaran los lobos. Estos serían los mellizos… Barros Schelotto.
Ni Rómulo ni Remo ni nadie, en verdad, pudo imaginarse que ese pequeño territorio alrededor del Palatino, limitado por el primitivo pomerium, algún día habría de transformarse en el imperio más grande que haya conocido la historia.
Nada de aquel precario asentamiento podía prefigurar la derrota de Aníbal, la república y el Imperio, el asesinato de César y el esplendor de Augusto, la serena cultura de Adriano, la tétrica fatalidad de Nerón, el nefasto gobierno de Fernando de la Rúa y el éxito televisivo de Bailando por una pesadilla.
Tal es la leyenda que los poetas romanos (como Virgilio) cantaron y los historiadores romanos (como Tácito y Tito Livio), con ligeras variantes, aceptaron blandamente, fijando la fundación en el año 753 a. de C., fecha que devino oficial. Los historiadores de los siglos XIX y buena parte del XX, en cambio, desestimaron la tradición y la historia de Roma universalmente aceptada sostuvo que los orígenes de la ciudad se remontaban a un conglomerado de villas de emergencia o villas miserias dispersas alrededor de los siete puentes de Pompeya, unificadas más tarde por los reyes etruscos que hacia el 625 a. de C. desecaron los pantanos, pavimentaron por primera vez el Foro (centro de la vida cívica romana por siglos), comenzaron con la contaminación del Riachuelo y unificaron políticamente a los habitantes de las Siete colinas. La historia de los primeros reyes de Roma (Rómulo, Numa Pompilio, Tulio Hostilio) se catalogó como puramente legendaria. Lo mismo ocurrió con la fecha fundacional (753 a. de C.). A los ojos de los historiadores, Roma había empezado a funcionar como una ciudad más de un siglo después. Pero la investigación muchas veces conspira a favor de la leyenda.
En 1987, el arqueólogo Andrea Carandini de la Universidad de Pisa (Pizza Uno obviamente), excavando intensivamente el monte Palatino encontró una configuración del suelo que se extendía en línea recta por varios metros: la formación del terreno que habitualmente señala la presencia de una muralla.
No una sino tres murallas superpuestas aparecieron; la data de la más antigua dió una fecha muy próxima a la fundación legendaria: fines del siglo VIII a. de C. En noviembre de ese año, Carandini encontró algo todavía más jugoso: evidencias de la existencia de un surco de diez metros de ancho y tres de profundidad a lo largo del borde exterior de la muralla: el mismísimo pomerium o la gran zanja como se la conocía vulgarmente en Roma, lugar al que iban las doncellas muy poco agraciadas y aún vírgenes a pedir que algún alma caritativa les quitara el virgo, o sea que las hiciera de sagitario o capricornio. Así, pues, la actual historiografía de Roma, a la luz de los nuevos hallazgos arqueológicos, recupera el peso de la tradición.
(comentado en "La Roca" el 13/11/06)

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